Fuero de Talamanca

VIII Centenario

Modelos de poder y estructura social medieval

Tras la caída de un poder central existente en el Imperio Romano se fragmentó en multitud de poderes sobre pequeños territorios. La única que sobrevivió a esta disgregación política fue la Iglesia. Cada territorio se consolidó como una entidad económica y política. En el marco de la Reconquista en España comienzan a surgir las monarquías feudales fortalecidas por un proceso donde nobles se situaban en la pirámide bajo un rey y un sistema, el vasallaje.

Encontramos en ese momento tres niveles: los laboratores (trabajadores, campesinos), los oratores (la Iglesia) y los bellatores (los que guerreaban, que eran la realeza, la nobleza y los militares).

Si habláramos de estamentos podríamos definir los siguientes:

En la cima de esta pirámide social se encontraba el rey, aunque el Papa intentaba ejercer un poder junto a los monarcas que se fue difuminando en paralelo. En el intermedio: el alto clero y la alta nobleza, que controlaban la población (obispos y altos cargos de la Iglesia, así como nobles
y asesores del rey.)

El bajo clero y baja nobleza eran los párrocos y
el resto de caballeros, con privilegios.

La burguesía acomodada en el poder económico, y el ejército, donde se encontraban el resto de caballeros –los hidalgos- que podían ascender en la escala social por hazañas guerreras.

Y por último, los hombres libres, sometidos al pago de impuestos tanto reales como señoriales, y los siervos, que estaban a medio camino entre los esclavos y hombre libres y tenían la obligación de residir en un lugar determinado. Cerraban la escala social los esclavos, sin ganancia alguna,
al servicio del resto de los estamentos.

El Ábside de los Milagros, "El Morabito", Talamanca
La Cartuja, foto de Ayuntamiento de Talamanca
El territorio medieval

Durante esta etapa histórica, hubo tales modificaciones en la ocupación de los territorios que no se puede referir a ellos como algo uniforme. La desaparición del Imperio Romano de Occidente dio origen a tales movimientos de tribus invasoras en su interior que terminaron por configurarlo de una forma muy compleja. Sin salirse de la península ibérica se configura un reino en el Noroeste, el de los suevos, siendo el resto ocupado por los visigodos, excepto una franja en el Levante que es conquistada por el Imperio Bizantino.El territorio medieval es muy difícil de definir por su versatilidad y porque se modificó continuamente. La desaparición de un punto central hizo emerger otros muchos locales: el de los visigodos fue Toledo. No en vano, su arzobispo no dejó nunca de intitularse como “primado de todas las Españas”.

Con la invasión de los árabes, se asigna a las tropas reclutadas entre los bereberes del norte de África, todo el espacio comprendido entre el norte del Sistema Central y el mar Cantábrico. Una serie de acontecimientos hicieron que los bereberes abandonaran los territorios que le habían sido asignados el año 741. De esta forma quedó libre todo el territorio al Norte del Sistema Central. No pudo ser ocupado de forma inmediata porque el reino de Asturias no disponía de población suficiente para hacerlo. La despoblación fue de tal magnitud que algunos autores han llegado a hablar de un “desierto”.

La repoblación de todo este enorme espacio geográfico se hizo de forma muy lenta y de dos distintas formas hasta llegar al Duero. También influyó mucho en ello la división de los reinos cristianos: porque la separación de Portugal de León y, posteriormente, la de Castilla ralentizaron el proceso. El territorio se fragmentó aún más, lo cual impidió también el avance hacia el sur. Por si todo esto fuera poco, las luchas entre los diversos reinos cristianos, especialmente las mantenidas con Navarra y Aragón y después con Portugal o civiles, como ejemplo la entronización de los Trastámara,
tampoco favorecieron su expansión.

La unión de Castilla y León impulsó el avance hacia al Sur. Uno de sus hitos fundamentales fue la conquista del reino del Toledo el año 1085 por Alfonso VI. La frontera descendió hasta Sierra Morena, quedando el Norte del Sistema Central libre de razzias o aceifas y estando garantizada la seguridad de sus habitantes de una forma más efectiva. De todas formas, los que estaban descontentos con sus señores podrían emigrar a los territorios de frontera, porque allí encontraban protección directa del rey o privilegios de los señores territoriales para que se establecieran en ellos.

Los otros reinos peninsulares tuvieron una suerte diversa. Navarra no pudo expansionarse hacia el sur, porque le privaron de esa posibilidad Castilla y Aragón. Portugal sí lo pudo hacer hasta llegar al golfo de Cádiz, en paralelo a lo que hizo primero el reino de León y después el de Castilla.

Puente romano-medieval, Talamanca.
Murallas de Talamanca
La Frontera

Las sucesivas conquistas cristianas hicieron que la frontera variara en la misma medida que se producían y que se fuera desplazando hacia el sur. Hasta que llegaron al río Duero (tras la batalla de Simancas, 939), una serie de factores hizo que se limitaran a ir ocupando grandes zonas despobladas o casi despobladas, encontrando poca oposición.

                Estos avances hacia el sur, se llevaron a impulsos. Las disputas y guerras entre los reinos cristianos o las grandes razzias musulmanas impidieron estos avances. La frontera quedó fijada en muchas ocasiones por los accidentes geográficos, un río o un sistema montañoso (el Sistema Central), que costaron mucho traspasarlos. Esto fue lo que ocurrió en este último hasta que se conquistó el reino de Toledo (1085). La inseguridad de este avance se puso de manifiesto con la llegada de los almorávides y las batallas de Sagrajas (1086) y Uclés (1108) y posteriormente de los almohades, que intentaron destruir la ciudad de Talamanca el año 1197, es decir, un siglo después. La repoblación entre el Duero y el Tajo se produce con colonos libres formando concejos con la autonomía administrativa y judicial que les daban los Fueros.

                Se consiguió vivir con tranquilidad en el antiguo Reino de Toledo, cuando la frontera traspasó Sierra Morena tras la batalla de Las Navas de Tolosa (1212). Pocos años después, el arzobispo de Toledo, Don Rodrigo Jiménez de Rada, otorgó el fuero a “Talamanca y sus aldeas”, a su comunidad de villa y tierra, para atraer colonos a la zona. La base fue el concejo, pero luego aparecieron otras instituciones al abrigo de esta unión, que cohesionaron más a esta Comunidad. Una de ellas fue, sin duda alguna, el Concejo local de la Mesta.

Batalla de Las Navas de Tolosa, ólea de Van Halen, 1864, expuesto en el palacio del Senado, Madrid.
Sistemas de repoblación

Los sistemas de repoblación variaron a medida que los reinos cristianos fueron avanzando hacia el Sur. En los comienzos, la primera gran emigración mozárabe, hacia mediados del siglo VIII, se asentó en la franja norte de la Cordillera Cantábrica y en Galicia. No hubo muchas reglas, porque el rey, especialmente, Alfonso I les concedió tierras para su asentamiento, pero sin ningún orden.

Con la segunda de esas emigraciones, ya al sur de dicha cordillera, el rey de Asturias, se estableció un nuevo sistema: la presura. Consistía en señalar un asentamiento, especialmente, si los que llegaban venían en grupos grandes, pueblos enteros, como ocurrió en Valcabado del Páramo. Desde él se iban expandiendo hasta que se topaban con el territorio ocupado
por los pueblos vecinos.

La tercera fórmula se puso en marcha tras traspasar el río Duero, después de la batalla de Simancas y Alhéndega (939). Fueron las comunidades de villa y tierra. Comenzaron a funcionar tras las campañas de Almanzor, a principios del siglo XI. Se organizaron alrededor de una población importante a cuyo concejo se le encomendó la tarea de repoblar las tierras que les eran asignadas. La necesidad de proteger a los colonos y la de garantizarles unos beneficios fiscales y económicos mediantes fueros y cartas puebla para atraerlos a esos territorios de frontera hicieron nacer esta forma de organización. Permaneció este sistema hasta el sur del Tajo, en que se encomendó la defensa del territorio a las órdenes militares, al mismo tiempo, se las dotó con el señorío sobre amplias zonas del territorio.

Cronológicamente, este sistema de ocupación se desarrolló durante los siglos XI y XII y primer tercio del siglo XIII. Por lo cual, cuando se constituyó la Comunidad de Villa y Tierra de Talamanca, hacia mediados del siglo XII, esta institución ya estaba experimentada. Sin embargo, como veremos, resistió la separación de los pueblos hasta su supresión el año 1837. La raigambre y solidez de las instituciones, en que se fundó, la mantuvieron durante todo ese largo tiempo que duró.

Los lazos de unión entre los pueblos que la componían se fueron debilitando a partir del siglo XVI a medida que estos se fueron independizando a lo largo de ese siglo. Varios factores confluyeron para que esto sucediera así: uno de ellos fue la señorialización, el hecho de que estas comunidades fueran administradas por señores ejerciendo unos poderes jurisdiccionales muy importantes sobre ellas y otro, tal vez tan importante como el anterior, que las aldeas se fueron organizando por ellas mismas en defensa de sus intereses que es determinante para explicar el proceso por el que independizan de la “cabeza primitiva” a finales del siglo XVI y principio del XVII, en el caso de Talamanca. Solamente la defensa de un patrimonio común que superaba a los intereses de las distintas aldeas hizo que algunas de estas comunidades sobrevivieran incluso al decreto de su extinción de 1837

La ciudad y la aldea

La ciudad es un elemento fundamental en el avance hacia el sur de los reinos de Castilla y León. Una simple mirada al mapa muestra cómo se van alineando las ciudades de estos reinos de Este a Oeste siguiendo casi una línea recta. Sucede esto hasta llegar a la cara norte del Sistema Central. Van dibujando así el mapa de la reconquista.

            Las aldeas dependían de la ciudad en un doble sentido: por un lado, fue el lugar donde podían vender sus excedentes tanto agrícolas como ganaderos. Por otra, al estar fuertemente amuralladas, en el caso de producirse una razzia, hallaban la protección y la seguridad que en sus aldeas no encontraban.

            Por ello nada tiene de extraño que, cuando el avance del reino de Castilla sobrepasara el sur del río Duero, aparecieran las ciudades como cabeza de comunidades de villa y tierra, dotadas de unas instituciones comunes de gobierno. De esta forma aparecieron las comunidades como las de Ávila, de Segovia y de Sepúlveda. Cuando Alfonso VI conquistó el reino de Toledo (1085) esta forma de organización pasó al otro lado del Sistema Central y se fundaron las de Talamanca, Uceda, Atienza y Cuenca, entre otras. La simple vista de un mapa donde se encuentran estas comunidades basta para demostrar que no pueden estar más próximas entre sí al norte y sur del Sistema Central.

            La organización de la villa giraba en torno al Concejo, a través de él recibían del rey gran cantidad de tierra. Del concejo dependía el nacimiento o la desaparición de las aldeas, determinaba todo lo concerniente al destino final de sus tierras, como era su distribución entre los vecinos  o su aprovechamiento comunal y por el municipio. También se ocupaba de las relaciones con las aldeas, regulando las relaciones con ellas. El concejo solamente dependía del rey o, en el caso de Talamanca, del arzobispo de Toledo.

            En documentos de mediados del siglo XII ya no aparecen referencias a Talamanca solamente, su mención va asociada siempre a sus aldeas. Una de las que se nombra expresamente es Valdetorres, que fue segregada para entregarla a la comunidad del Concejo de Segovia. Posteriormente, fue restituida de nuevo a la Comunidad de Talamanca y al arzobispado de Toledo.

            A la Comunidad de Villa y Tierra de Talamanca, a la que le fueron concedidos sus fueros  por el arzobispo Don Rodrigo, existía ya seguramente desde antes de mediados del siglo XII, basada en la forma de organización de la de Sepúlveda. Pero, gracias a los fueros, que se concedieron bajo la fórmula de «Talamanca y sus aldeas»,  se fue cohesionando más.

Planos de la ermita nuestra Señora del Campo, Archivo de Valdetorres.
Parto oveja en Silillos, foto e ilustración Ricardo Ruiz.
Qué es un fuero

La más importante obra de carácter territorial en la época visigoda fue el Liber Iudiciorum o Código de Recesvinto. Derogaba el Breviario de Alarico que recogía el Derecho Romano y el Código de Leovigildo que regulaba el derecho entre los visigodos. La conquista musulmana rompió esta unidad, dejando solo la costumbre como base respetada. La reconquista dio lugar a muchos reinos con pluralidad de derechos, con una característica local y diversa. Pero eso,  reconquista no significaba sólo ganar batallas si no ocupar o
repoblar ese territorio ganado.

El objetivo de los reyes, alta nobleza y señores eclesiásticos era atraer pobladores o colonos, mediante la concesión de ciertos privilegios. Querían asegurar la frontera y también impulsarla económicamente. Los privilegios eran a la vez positivos o ventajas sobre el resto y exenciones en cuanto a obligaciones. Todas estas concesiones se materializaban en las cartas pueblas. Una de las primeras intenciones era recoger las costumbres y privilegios que no sólo beneficiaba a los pobladores si no afianzaba el vasallaje de reyes, nobleza y
clero con sus súbditos en un ámbito comarcal.

Los Fueros tomaban forma en las Cartas Pueblas y detallaban elección de sus representantes (alcaldes), las libertades de los pobladores, los tributos al señor o monarca, las obligaciones de participar en las mesnadas en periodo de guerra a la llamada de su señor, haciendo a los habitantes de esta comarca más libres que el resto de campesinos y siervos. A cada fuero le correspondía una villa y las aldeas que dependían de ella. A esta villa se le concedía un poder de justicia sobre sus habitantes que se representaba por la existencia de rollo y picota. Aunque la capacidad de hacer villa era principalmente prerrogativa real.

Las Cartas Pueblas fueron surgiendo según se desplazaba la frontera hacia el sur. Las primeras se concedieron en el reino astur y el leonés. Ya con el título de Fuero son conocidos el de León (1017), los de Logroño, Sepúlveda, Soria, Valladolid, Ávila, el de Toledo (1118), Medina del Campo (1181) y según entramos en el siglo XIII y la frontera se movía hacia el sur y se afianzaba el territorio como con la Batalla de las Navas de Tolosa (1212) encontramos Fueros en Madrid, Mérida, Uclés, Badajoz y el 27 de enero de 1223 el Fuero o Carta Puebla dado a la Comunidad de Villa y Tierra de Talamanca por parte del arzobispo de Toledo y Señor de esta, Don Rodrigo Jiménez de Rada, mediante el privilegio rodado que fue dado en Talamanca y que ahora conmemoramos su octavo centenario.

Retrato de Rodrigo Jiménez de Rada. Autor: Mariano Brandi (grabado), José Maea (dibujo) Libro: «Retratos de Españoles ilustres» publicado por la Real Imprenta de Madrid.
Fuero otorgado a Talamanca y sus aldeas por arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada el 27 de enero de 1223. Archivo Capitular de la Catedral de Toledo.
Qué dice el fuero de Talamanca

Tiene la misma estructura de otros documentos medievales. Comienza justificando el motivo por el cual ha sido expedido e invocando una sentencia latina ampliamente difundida: lo que se hace muy fácilmente se olvida, a no ser que se ponga por escrito. En este caso, lo que se quiere poner por escrito es el agradecimiento del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada a “Talamanca y a sus aldeas” por los servicios pecuniarios que le han prestado tanto a él como a sus antecesores en el cargo. Esto se traduce en los privilegios que les concede, para facilitar la vida a sus habitantes y atraer a más repobladores.

Los primeros de esos privilegios está referido a la prestación de servicio en caso de ser llamado a formar parte del ejército del rey, cosa que podía ocurrir cualquier primavera, que era la estación escogida para hacer razzias en territorio enemigo. A los équites, es decir, a quienes disponían de un caballo o de un animal de montar, deberían eximirse como acostumbraban a hacerlo, y los milites, los soldados de a pie, deberían hacerlo según el fuero preexistente en sus pueblos o villas. La razón de solicitar esta exención era que se le habían concedido tierras a los équites para que pudieran mantener a sus caballerías y a sus familias y a los mílites, a sus familias. En caso de no tener una razón válida para acudir al llamamiento del rey, esas tierras podían perderlas.

 Los segundos, se referían a los impuestos, los pechos. Quienes tuvieran más de veinticuatro morabetinos, deberían pagar, doce, y quienes, doce, medio. Deberían pagarse antes del mes de febrero. Quien no pudiera pagarlos, pero no tuviera medios para  demostrarlo,
tendría que valerse de dos testigos para hacerlo.

Los que estuvieran al servicio del rey en territorio extranjero más de dos o tres meses, estarían libres de pagar impuestos.

El arzobispo se reservaba el derecho de nombrar ciertos cargos municipales, los jurados y los aportellados. Los primeros mediaban en las disputas entre vecinos, era los “hombres buenos”, los segundos cuidaban de la seguridad en los concejos, donde en muchas ocasiones había importantes trifulcas entre los vecinos que asistían a ellos.

La pena invocada contra los que contravinieran estos privilegios era un poco etérea, pues, según dice el fuero, incurrirían en la indignación de Dios
y de sus apóstoles.

Por qué y cómo se puso en marcha

La respuesta a esta pregunta está ligada a la forma económica adoptada después de la Reconquista. La conquista no significó un aumento en la seguridad del territorio, porque durante todo el siglo XII y hasta 1212, la batalla de las Navas de Tolosa, en que se traspasó la Sierra Morena, no cesaron las razzias por el territorio. La última de la que se tiene noticia ocurrió en 1197 cuando los almohades llegaron hasta las puertas de Talamanca.

Esta fuerte inseguridad, y el hecho de que las razzias tuvieran lugar en la primavera o comienzos del verano, hacían que la agricultura no se pudiera afianzar en estos lugares. La ganadería se convirtió en la base económica más fuerte para el sustento de la población. Tenía la enorme ventaja de que con un rebaño de ovejas eran mucho  más fáciles los desplazamientos en caso de tener que huir apresuradamente que con sacos de trigo o de cualquier otro producto.

La ganadería necesitaba amplios espacios de terreno para desarrollarse. Los ganaderos se organizaron en torno al Honrado Concejo de la Mesta. Consiguieron que el Rey les concediera unos grandísimos privilegios, que lograron paralizar los avances de la agricultura durante muchísimo tiempo. Por ello, una de las instituciones surgidas como consecuencia de la Comunidad de Villa y Tierra fue el concejo local de la Mesta, antes de que se creara el Honrado Concejo, que, mediante sus tres reuniones anuales, contribuyó a mantenerla activa hasta su disolución en 1837. Fue la institución más longeva surgida de esta Comunidad. Esto conllevaba la regulación de amplias zonas para pastos y otras de caminos para el paso de los ganados.

Otra, fue la de unas autoridades comunes. Al frente de ellas estaban en las aldeas los alcaldes pedáneos y los regidores. Tenían unas competencias muy limitadas tanto en lo penal como en lo civil, por lo cual los habitantes de las aldeas ante cualquier situación grave tenían que desplazarse a Talamanca para solucionarla. En Talamanca la autoridad municipal permaneció intacta con su concejo formado por los dos alcaldes y los regidores –equivalentes de los concejales-. Pero, andando el tiempo, fue nombrado un corregidor para que gobernase en el municipio y en las aldeas. Debe recordarse que este concejo jugó un papel fundamental en la repoblación y, en consecuencia,
en la organización de todo el territorio.